Recuerdo en mis tiempos de adolescencia la rabia que me daba cuando en mi colegio decidían hacer durante las horas de arte, alguna profundización o repaso de matemática, cálculo, álgebra o lo que tuviera que ver con números. Yo a los números, en mi anhelada hora de arte, solo los quería pintar de colores. Sentí en carne propia el desprecio y jerarquización de las diferentes disciplinas por parte de los docentes y me dolía que el arte fuera el directamente afectado. Especialmente, porque yo ya tenía claro que mi camino vital iba a ser por ahí y mientras la Institución le daba más formación a los que iban a dedicarse a las ingenierías o físicas, a mi me la quitaba. Yo, como ellos, también necesitaba desarrollar mis destrezas y habilidades.
Era como un sacrificio pagano: mato al arte para darle vida a la ciencia. Al fin y al cabo esta última tiene más utilidad que el primero.
Gracias al Cielo tuve y tengo unos padres formidables que al ver mi talento, decidieron acudir a clases particulares para que pudiera recorrer con entrega mi camino pero sabemos que la cosa no debería ser resuelta de esa manera...
Pasan muchos años y tal como lo había decidido y sentido en mi infancia, me dedico al arte, la educación y el desarrollo de las habilidades tanto artísticas, emocionales como sociales.
Bendito sea el universo que un Howard Gardner se atravesó por el camino y con su teoría de las inteligencias múltiples puso a todas las disciplinas al mismo nivel y a algunos les tocó sentirse menos superdotados que otros y a otros, menos tonticos que antes. Cada uno es inteligente desarrollando las destrezas que tiene, no importa el campo que sea. Todo parecía componerse y ordenarse con este hallazgo pedagógico. Mi adn renascimental se me alborotaba y me regocijaba en pensar que por fin, como antes, arte y ciencia se amistarían.
Todo iba bien hasta que me encontré con ellos: mis alumnos de arte en clases extra escolares. Me revelaron la cruda verdad y resulté enterándome que el mundo seguía moviéndose como ya venía haciéndolo desde hacía muchos años. Me confesaron que cuando se atrasaban en matemática les quitaban horas de "plástica" y cuando había algún extra por hacer en ciencia, decidían realizarlos en las horas del arte. Me generó profundo dolor saber que una de mis niñas, esa que siempre termina los trabajos demasiado rápido sin darle importancia a los acabados, estaba siendo inducida a desarrollar aun más esta tendencia acelerada por su colegio, el cual había decidido quitarles media hora de arte y los obligaba a terminar sus trabajos a toda prisa. Eso, en mi lenguaje mundano, se denomina des-ayudar a una persona.
Una anécdota trajo a otra y todos los chicos terminaron contando lo mismo. Todos, que por supuesto, aman y tienen gran talento para el arte. De repente, surgió entre ellos una de las preguntas histórico-filosóficas más antiguas del mundo:
¿Para qué sirve el arte?
Decidí callar y limitarme a escuchar. Ellos, con esa indescriptible sabiduría que otorga la juventud y la conexión que hay con la propia esencia cuando se está en contacto con un pincel, llegaron solos a las razones y las respuestas.
Me limito a copiar las conclusiones:
* "Yo sin el arte me estreso. Me siento demasiado bien cuando pinto".
* "A mi se me olvidan las preocupaciones".
* "Yo me siento feliz".
* "No se para qué sirve pero a mi me sirve".
* "Es lo que más me gusta hacer en la vida. De hecho, de grande, quisiera trabajar en el arte".
* "A mi me da serenidad".
Al final de la charla se armó una de esas celebraciones colectivas mágicas que le dan sentido a la vida: todos se miraron y se sintieron Uno y la sensación de soledad que va inherente en la Humanidad, por ese instante se desvaneció. Quedamos todos felices, plenos. Me atrevería a decir que hasta bendecidos por el poder que otorga el que cree en el arte.
Si el sistema educativo que vivimos todavía no le ha otorgado al arte una de las misiones más prácticas -visto que a todo toca encontrarle una utilidad y justificación para invertir en ello- como lo es el bienestar interno del ser, queda todavía un camino muy espinoso y errático por recorrer porque poco se ha comprendido de su sentido en la vida diaria y menos aun, se le ha sacado provecho.
El arte salva.